¿Sirve de algo castigar a los niños?

El debate está abierto sobre si las reprimendas son o no efectivas a nivel educativo

Cuando digo que los niños tienen otro termómetro corporal es porque al mínimo rayo de sol cazadoras y bufandas fuera, y tú, como buena madre previsora, corriendo detrás de la chiquilla para que no coja frío.

Conflicto, ponte la cazadora, que no me la pongo, ponte la bufanda, ¡que no! Como no te abrigues no vuelves al parque. Funciona. Esbozas una pequeña sonrisa victoriosa y te das por satisfecha.

Mamá, ¿estoy castigada? No, no estas castigada pero tienes que obedecer a mamá. Y ahí, viendo como tu hija sube y baja del tobogán o lucha por alcanzar lo más alto del parque es cuando analizas la frase que te ha contestado minutos antes ¿estoy castigada? Cuando, en realidad, tú no sueles castigarle, o eso piensas.

No uso mucho la palabra castigo, creo más en la consecuencia. El castigo, esa palabra a la que recurrimos en muchas ocasiones sin pensar, nos sale solo, ¿a quién no le han castigado alguna vez? Y oye, funciona.

Como no te abrigues, no vuelves al parque. Tiene un efecto inmediato. El niño se abriga a veces por miedo o para evitar el castigo. Pero es un método que funciona a corto plazo. Y a nosotros, los padres, poco nos cuesta alzar la voz y zanjar el asunto.

¿Qué ocurre cuando al niño ya no le importa no volver al parque? ¿Cuándo a los padres se nos acaban los castigos y nos desesperamos por buscar algo con lo que realmente reaccione y no lo encontramos? Ahí es cuando nos damos cuenta de que el método castigo funciona a corto y no largo plazo.

No le hemos enseñado al niño el por qué debe abrigarse, no ha aprendido nada de un castigo que habitualmente no tiene nada que ver con el problema. Nosotros como padres no somos coherentes con los castigos. ¿Qué tiene que ver el abrigarse con ir al parque? No existe ninguna relación entre la conducta y la consecuencia.

Cuestión de aprendizaje

Los niños no aprenden de los castigos, cuando lo que deberían aprender es que es necesario abrigarse para no acatarrarse y poder volver al día siguiente a jugar al parque. No se trata de decir al niño lo que no es correcto, sino de enseñarle alternativas a un mal comportamiento. Eso sí es educar.

Hace unos meses hablaba con una amiga profesora de infantil que me contaba cómo les regañaba a los alumnos cuando no recogían la zona de juegos de clase, si no recogéis la cocinita, mañana no se podrá utilizar. No es un castigo, es una consecuencia. Se ha avisado a los niños que si no recogen habrá consecuencias. Parece simple, pero cambiar el chip de castigo a consecuencia es un paso importantísimo.

Se escucha mucho que ahora los padres somos demasiado permisivos, no castigar a un niño no significa no educarlo. Hay que ponerles límites, es necesario y fundamental para su desarrollo, nos olvidamos que los niños son personas y que no es necesario el autoritarismo para tener autoridad. El autoritarismo es abuso de poder mientras que la autoridad se trabaja, se gana, siendo coherentes. Soy de la generación en la que una mirada de mi padre era suficiente para entender un mal comportamiento y rectificar.

Reconozco que yo sí recurro en ocasiones a los castigos cuando mi hija se porta mal o no obedece, en lugar de buscar el origen de esa conducta, la mayoría de las veces por falta de tiempo en ese preciso momento. Es después, cuando me doy cuenta de que es una niña, que los niños no nacen aprendidos, que para aprender tienen que equivocarse, y que somos nosotros los que debemos dedicar ese tiempo en educarles y no castigarles.

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