Lanzo esta pregunta al aire para que me la contestéis vosotros. Yo tengo claro que mi respuesta es un SÍ como una catedral de grande. Ahora os expondré dos casos que he vivido en primera persona y en los que se basa mi contundente opinión. Está claro que hay personas, entre las que me gusta incluirme a mí y a todos los que os pasáis por este blog de forma habitual, que sí que respetan a los bebés: sus ritmos, sus necesidades, sus emociones incontrolables… Pero una gran parte de la sociedad actual ni piensa ni actúa así. Ven a los bebés como algo molesto, un estorbo ruidoso que actúa únicamente por capricho y para hacer la vida más difícil al resto de mortales. A los hechos me remito:
Hace aproximadamente un mes, al llegar del trabajo, me encontré en el buzón una nota de los vecinos que viven justo debajo nuestra. Podría ser una nota de amor, pero no. Era una queja. Nos pedían, por favor, hacer menos ruido de madrugada porque ellos se levantan pronto. Lo decían como si nosotros no amaneciésemos ningún día hasta las diez de la mañana. Pobres incomprendidos. Y lo escribían como si en nuestra casa, cada noche a partir de las 12:00, hubiese una fiesta que ríete tu de Ibiza. Mara se duerme por regla general tarde, sí, pero antes de medianoche en casa ya estamos todos en la cama y no se escucha nada más que el sonido de las páginas de los libros que intentamos leer. Nunca más de dos páginas por noche antes de dormirnos. Así es de dura y cansada la vida de los padres. A partir de ahí, y salvo por los despertares nocturnos de Maramoto, el silencio más absoluto hasta que mi despertador suena sobre las 7:15.
Como no comprendíamos absolutamente nada de la nota, la mamá jefa y un servidor, con la pequeña saltamontes a cuestas, bajamos para hablar con ellos. Les pedí perdón, porque quizás todas las noches entra un ladrón a casa y nosotros no nos enteramos. O peor aún, perdón porque igual soy sonámbulo y cada noche me montó en mis plataformas y me doy al transformismo. Les ofrecí estas dos opciones con ironía, para hacerles entender que su nota no tenía ninguna justificación. Entonces se soltaron la melena y dijeron lo que quizás no se habían atrevido a escribir en la nota: Que Maramoto chilla mucho y no les deja dormir. Y es verdad, Mara, desde que siente una impotencia enorme por no poder expresarse todavía con palabras, chilla mucho. Pero lo hace durante el día, justo cuando ellos están trabajando. Por la noche, también es cierto que a veces se despierta gritando y llorando, pero ¿Qué vamos a hacer nosotros? ¿Qué pretenden, que le pongamos esparadrapo en la boca? ¿Qué se la tapemos cuando chilla? ¿Y de verdad no pueden dormir porque la peque se despierte alguna noche llorando si podemos conciliar el sueño hasta nosotros, que nos llora y nos grita a un centímetro de los tímpanos? Intentamos hacerles ver que es un bebé y que los bebés lloran y gritan. Y, sobre todo, que eso es algo que hay que comprender y respetar. Nos dijeron que vale, pero no les vi muy convencidos. Ahora cada día, después de una mala noche, miro el buzón, no sea que tengamos otra carta.
Tenía muy reciente esta desagradable situación cuando la semana pasada me tocó vivir otra parecida en el metro. Volvía a casa del trabajo cuando en una de las estaciones una chica se subió al vagón con su bebé de apenas seis o siete meses. Al poco de subir, el peque empezó a llorar y estuvo un buen rato inquieto, quejándose, llorando y gritando. Realmente no paró hasta que se bajaron. La madre, que no era precisamente de las que deja llorar a su hijo para que se acostumbre y ensanche los pulmones, intentaba por todos los medios calmarle, pero no había manera. Desde que se subió hasta que se bajó, vi como la mayoría de ocupantes del vagón apartaban la mirada de sus smartphones, tablets y libros y la dirigían hacia ella como con reproche y fastidio. Estoy seguro de que la chica tuvo que cruzar su vista con más de una de esas miradas que le reprochaban que el niño molestara. Yo quise mirarla y sonreírle como gesto de compadreo, de “te entiendo así que no te preocupes”, pero no me atreví por si ella me interpretaba mal y pensaba que era otro de esos ciudadanos que no respetan a los bebés y sus necesidades.
Me bajé bastante fastidiado del metro, igual que unas semanas antes me había fastidiado leer la nota de mis vecinos. No comprendo la actitud de algunas personas. Más tarde, al bajar con Maramoto al parque, me crucé con los vecinos que viven enfrente. Nuestras habitaciones están pared con pared, así que imagino que cuando Mara se despierta llorando o chillando la deben escuchar como si compartiese cama con ellos. Enseguida sonrieron a la peque y le hicieron cuatro monerías. Ni una mala cara. Igual mi SÍ del principio ya no es como una catedral de grande. Igual hasta hay esperanza.
Me gustaría conocer vuestras opiniones y experiencias