Los niños aprenden a través de nuestro ejemplo, eso está claro. Es imposible que un niño aprenda sobre solidaridad si nunca ve a sus padres hacer algún gesto de forma desinteresada hacia otros. No creo que dar un kilo de lentejas sea fundamental, hablo de ir mucho más allá: ayudar a una persona mayor a llevar la bolsa de la compra, ayudar a un vecino sujetándole la puerta, dar las gracias ante los gestos de los demás… Todo se aprende.
Sin embargo, cuando hablamos de empatía, ¿somos conscientes de que eso también se enseña y aprende? ¿Cómo va un niño a aprender a ponerse en la piel del otro si nunca ha tenido oportunidades de aprendizaje?
A menudo me planteo cómo debemos actuar con los niños cuando se toca el tema de la muerte. En nuestro caso, mi marido y yo hablamos del tema cuando nació nuestro hijo. No habíamos tenido ninguna pérdida de ningún ser querido en ese momento pero decidimos hablarlo. Nos parecía que lo más sensato, en nuestro nuevo papel de padres, era no ocultarle la muerte. No contarle historias imaginarias de personas queridas que viajan y que no vuelven a despedirse. A mí, personalmente, me parece cruel decirle a un niño que una persona que tanto quería se ha ido sin decirle ni a dónde va ni cuándo va a volver (¡y sin decir adiós!).
A mí como adulta me dolería profundamente si mi marido o mi padre o mi hermano se fueran sin despedirse (y hablo de estar vivos). Así que, ante la muerte, prefiero que sepan (ahora ya los dos enanos) que, lamentablemente, hay veces que no nos da tiempo a despedirnos y debemos decir adiós.
No os hablo de llevar a los niños al tanatorio a que vean a sus familiares muertos. No, no hablo de cosas macabras. Hablo de enseñarles a entender el dolor por la pérdida de un ser querido. Hablo de normalizar la pena o tristeza que produce perder a un tío, un abuelo o un perro… Sí, en nuestro caso todo empezó con la perdida de nuestra perra Noa.
Un día salimos a pasear y un perro la atacó. No se pudo hacer nada por ella y, cuando volvimos a casa, lo hicimos sin ella. ¿Qué le decimos a Álvaro? –pensamos. “¿Qué le vamos a decir? Pues la verdad”. Con año y medio, Álvaro se enfrentó a la pérdida de un ser querido para él: su perra. Le dijimos que había muerto, que se había ido y él nos dio la solución: Noa estaba en la luna (entonces estaba muy interesado en ella) y se había ido en avión (lo del cohete aún no existía para él). Tiene fotos de ella y a veces nos dice que la quiere mucho pero entiende que esté en la luna.
Las veces que se nos mueren peces (cada vez menos porque les hemos cogido el punto a estos animalitos de agua caliente), nos despedimos de ellos, les damos las gracias por haber formado parte de nuestra familia y deseamos que tengan un buen descanso.
Hace poco falleció un tío de mi marido y, hablando con mi hijo, le explicaba que se había muerto un hermano del abuelo y que el abuelo estaba triste. Le hice la similitud con su hermano al que tanto quiere. También le hablaba del tío de su padre haciendo referencia al cariño que él les tiene a sus tíos. ¿Por qué ocultarle que la gente se muere y el resto sentimos tristeza? Para nosotros no tiene sentido y preferimos que entienda que la muerte es un proceso más de la vida, que nunca nos viene bien despedirnos de nuestros seres queridos y que esto nos supone, en muchas ocasiones, estar sensibles y llorar… Porque llorar no es malo y estar triste por la muerte de un familiar o un amigo, tampoco.
Deseo que mis hijos entiendan que las personas tenemos sentimientos y que, a veces, necesitamos el consuelo de otros, la presencia en un entierro o unas palabras, abrazos o mirada que nos sostengan.
Por supuesto, esta es una visión personal. No es una verdad absoluta, como casi nada en esta vida. Hay tantas opciones como personas estamos en el mundo y, posiblemente, todas (si se hacen desde el corazón) estén bien. Para mí, perder a mi abuela con 17 años habiendo estado totalmente alejada de la muerte, supuso un golpe tremendo y no conseguía entender nada. Con el paso del tiempo y muchas muchas lágrimas, acepté que mi abuela no volvería… No quiero que mis hijos estén apartados de ella. Quiero que sepan que la muerte siempre está presente, que deben disfrutar de las personas que les rodean, no por el miedo de perderlas; sino por el placer de disfrutarlas y poder tener todos esos momentos guardados en la cabeza y en el corazón.
Creo que necesitamos más empatía en el mundo, más ponerse en la piel del otro y menos mentiras(aunque creamos que son por su bien).
¿Vosotros como tratáis estos temas con los niños?
¿Qué opinión tenéis al respecto?