Ayer fue el día mundial de los docentes. La verdad es que lo desconocía, pero creo que ya no se me va a olvidar. Tenemos tantas cosas que agradecer a esos hombres y mujeres dedicados a con tanta devoción a este trabajo. Porque no nos engañemos, la educación tiene que ser vocacional porque sino, menuda tortura de trabajo. No es comparable a la minería o a la construcción, pero desde luego no es un trabajo fácil. Meterse entre 4 paredes con 25 niños, cada uno con su impronta, su temperamento, sus manías, sus vicios, sus dificultades... no es para menos tarea fácil.
No sé si te pasa a ti, pero yo cuando recuerdo a los profesores que he tenido a lo largo de mi vida, no puedo menos que esbozar una sonrisa. Y curiosamente me acuerdo del nombre de todos lo que tuve en el colegio y no recuerdo tanto a los de la Universidad. Quizá porque los primeros me ayudaron a afianzar lo que soy hoy. Y digo afianzar porque soy de la opinión de que la educación, el saber estar, la principios, valores y carácter debe enseñarse en casa y en el cole solo eso, afianzar. Recuerdo a Pilar, a Maribel, Maite, Raimundo, José Antonio... y así podría seguir hasta completar la larga lista. Y de cada uno podría decir lo que me aportó para ser hoy lo que soy.
Y ahora en la Princesa veo gestos, aptitudes, enseñanzas de cada uno de los profesores que hasta la fecha le han ido guiando en su formación y no puedo menos que estar profundamente agradecida a cada uno de ellos. Sé que lo hacen lo mejor que pueden, saben y dejan. Y por eso solo ya se merecen todo mi respeto y admiración.
Es fácil juzgar a los profesores, criticar sus métodos, reprochar sus enseñanzas, condenar su falta de ubicuidad, exigir un poco más a su infinita paciencia... pero que no nos pongan en pellejo. Porque si nuestros hijos, a veces, nos vienen grandes, ¡cómo nos vendrían los de los demás!
Y tú, ¿recuerdas con cariño a tus profesores?
¡¡FELIZ MARTES!!