Se trata de comportamientos y reacciones, de las que hablamos en muchos de los artículos publicados en este blog y, que por su especial importancia en la educación de nuestros hijos se merece un artículo a parte. Porque si queremos ayudar a nuestros hijos a crecer debemos entender qué les pasa y por qué les pasa.
Precisamente para entenderlos, ayudarles y guiarlos hoy hablamos de qué es la intolerancia a la frustración y sus manifestaciones más visibles (rabietas, gritos, insultos, …) pero también de las invisibles ( desmotivación, apatía o la falta de iniciativa)
¿Qué es la intolerancia a la frustración? Orígenes y manifestaciones.
La frustración es un profundo sentimiento de incapacidad, impotencia, desagrado o desaprobación, una respuesta emocional que se produce cuando nuestros deseos y expectativas no pueden ser cumplidos. Junto con la ira, la frustración es una de las emociones humanas más comunes, que debemos aprender a gestionarla adecuadamente.
La expresión más común de la frustración en niños son las típicas rabietas que se producen entre los 2 y 4 años. Durante este período nuestros hijos van aprendiendo a manejar la frustración que les produce no poder hacer ni tener todo aquello que desean y, a medida que crecen y desarrollan su capacidad comunicativa la expresión de la frustración también va cambiando.
El origen de la intolerancia a la frustración está en la infancia. Es normal que a ningún niño le guste perder, ya lo hablamos en “A mi hijo no le gusta perder cuando jugamos“, es lógico que experimente sensaciones desagradables al no obtener lo que desea o que se frustre cuando las cosas no le salen bien. Pero la frustración forma parte de la vida y debemos aprender a manejarla. Es precisamente durante la niñez cuando aprendemos a tolerar o no los fracasos y a demorar nuestros deseos. Es precisamente durante esta fase cuando como padres debemos entender la importancia que tiene nuestro modo de actuar con nuestros hijos para ayudarles a manejar la frustración.
Inciden en gran medida factores educacionales basados en un estilo educativo sobreprotector en los que se satisfacen de forma inmediatas todos los deseos de los niños, confundiendo deseo con necesidad, impidiendo que el niño aprenda el valor del esfuerzo y la importancia de demorar la satisfacción. Cuando satisfacemos de forma inmediata todos los deseos de nuestros hijos, incluso antes de que lleguen a manifestar ninguna necesidad real, estamos ofreciéndoles la idea equivocada de que en la vida todo es fácil, que son merecedores de todo cuanto deseen con solo levantar un dedo y pedirlo.
No obstante, muchos padres realizan numerosos esfuerzos para educar a sus hijos en la tolerancia a la frustración y cómo gestionar los éxitos y los fracasos encontrándose ante niños que expresan las mismas dificultades. Esto es así en niños con que pueden presentar diversos trastornos psicológicos, como el trastorno de personalidad borderline, trastorno de déficit de atención con hiperactividad (se presenta también en adultos y adolescentes), trastornos de ansiedad, de estrés postraumático y depresión, entre otros. La baja tolerancia a la frustración es una de las características de estos trastornos.
La poca, baja o total intolerancia a la frustración provoca que, ante cualquier incomodidad, los niños se desmotiven y abandonen sus metas y proyectos, sintiendo emociones tan diversas como ansiedad, tristeza, enfado, culpa, apatía o resentimiento.
Viendo, como hemos visto el impacto que tiene la intolerancia a la frustración sobre nuestra vidas, sobre nuestros sentimientos, pensamientos y conductas podemos entender mejor por qué es tan importante enseñar a nuestros hijos a tolerar las pequeñas frustraciones que la vida les pone ante sus caminos. La infancia es un periodo en el que el ser humano aprende lo que será de adulto, impedir que nuestros hijos se enfrenten a las dificultades propias de su edad limita sus posibilidades de aprendizaje y de manejo de las situaciones venideras.
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