En las últimas semanas me ha pasado varias veces con el tema del sueño. Como os comenté hace algún tiempo, a Maramoto le iban (van) las fiestas del pijama. Es llegar la noche y activarse aún más, hasta el punto de darnos las 23:30, las doce e incluso la una de la madrugada para conseguir dormirla. Sin embargo, desde que me quedé en paro (y empezamos a tener unos horarios más racionales) y, especialmente, desde que ella empezó a andar, conseguimos establecer una especie de rutina doméstica (algo inaudito con una bebé que vive libre y al margen de la ley) por la que nuestra pequeña saltamontes se quedaba dormida sobre las 21:30-22:00 de la noche. Lo pienso y se me saltan las lágrimas. Dos horas para la mamá jefa y el papá en prácticas para leer, ver series o lo que se tercie. Dos horas de desconexión. ¡No cabíamos en nosotros mismos de felicidad y bienestar psicológico!
Sin embargo, en ese preciso instante empezó a entrar en funcionamiento la Ley de Mara (Murphy). Que nos venimos tan arriba que decidimos alquilarnos una película para disfrutar de un sábado noche de cine en casa, Maramoto estima oportuno que ese día no se duerme hasta las doce. Que un día me tengo que levantar a las 6:30 de la mañana para ir a cubrir una noticia a Burgos, nuestra pequeña saltamontes decide que la noche anterior no piensa caer rendida hasta bien entrada la madrugada. “Bueno, son solo casos puntuales”, pienso. “No deja de ser la excepción que confirma la regla”, añado con tal de auto convencerme. “Voy a escribir sobre este logro en el blog”, concluyo en un alarde de optimismo.
“¿Que vas a escribir en el blog sobre qué?” ¡Toma ración doble de Ley de Mara! No os voy a contar como pasamos la semana pasada (basta decir que ni siquiera escribí en el blog), pero os adelantaré que Maramoto no se durmió ningún día antes de las doce de la noche. El punto álgido lo alcanzó el sábado, cuando nos dieron las dos de la madrugada, pero el resto de la semana fue igual. Para llorar. Por lo que cuenta en su blog, sé que Sonia, La mamá de Álvaro, nos entenderá bien. Llega a ser muy frustrante enlazar un día tras otro así. Y lo es porque todos sin excepción necesitamos un tiempo de desconexión antes de irnos a dormir. Un instante de silencio. Un momento de vacío existencial ante la caja tonta. Una conversación de pareja. Unas páginas de libro. Un par de horas de carga de batería para resetear y arrancar el día siguiente con las pilas al máximo y no como los despojos humanos que fuimos la semana pasada.
Ayer Mara, por fin, nos dio una tregua y se volvió a dormir a las nueve. Pero esto es un secreto entre vosotros y yo. No alcéis la voz. No cantéis victoria. Si Maramoto os escucha igual esta noche nos dan las tres de la madrugada. Como castigo. Como recuerdo de la existencia de la temida Ley de Mara.