Como os comenté antes del cierre del blog por vacaciones, agosto iba a ser un mes para pensar y reflexionar sobre nuestro futuro y septiembre se anunciaba como un mes para tomar decisiones y llenar nuestra vida de cambios. Y no me equivocaba. Y no lo digo porque en agosto tuviésemos mucho tiempo para pensar, que no fue el caso. Me refiero más bien a que septiembre ha empezado como preveíamos, sólo que quizás las cosas se han acelerado más de la cuenta y de lo esperado. Pero me gusta pensar que todo pasa por algo.
Como sabéis l@s que seguís este blog con asiduidad, la mamá jefa decidió dejar su trabajo en marzo y acogerse a una especie de ERE. Tras pensarlo un poco, llegamos a la conclusión de que entre la bajada de sueldo que se estaba negociando en su empresa, la reducción de jornada, el transporte hasta el trabajo y la guardería, su empleo nos iba a salir a pagar, así que hicimos lo que nos pedía el cuerpo. Renunciar a ese puesto de trabajo de forma que la mamá jefa pudiese tener todo el tiempo del mundo para disfrutar del día a día con la pequeña saltamontes. Estoy seguro de que nunca nos arrepentiremos de ello.
L@s que seguís nuestras andanzas semana a semana también sabréis que yo trabajaba desde casa para una agencia de comunicación de Valencia. Y seguro que más de una vez me habréis leído quejándome de mi horario infernal, que me ocupaba casi doce horas diarias (¡Y eso que no tenía que perder tiempo en transportes de ida y vuelta hasta el trabajo!). En fin, resulta que en julio la empresa me dijo que me querían en Valencia. Y claro, como podéis imaginar, a mí se me hizo de noche. ¡Y no por trabajar en una oficina! ¡Y mucho menos por volver a Valencia! Se me hizo de noche porque mi horario (incomprensible a todas luces) se extendía desde las 9:30 de la mañana a las 20:30 de la tarde con…¡3 horas para comer! Y eso de lunes a viernes. Todas las semanas del año. Y bueno, estando en casa, uno lo lleva. Mal pero lo lleva. Pero estando en Valencia eso supondría renunciar prácticamente a ver a mi hija de lunes a viernes. Y por ahí no paso.
En mi empresa intenté explicar mis argumentos y les dije que tenía claro que no quería ser un padre que no estuviese presente en la vida de su hija de lunes a viernes. Les dije que quizás ahora no lo veían (y no sólo porque ellos no son padres), pero que pensasen en cuando Mara tuviese tres o cuatro años más. ¿Iba a ser un padre que no llevase a su hija al parque? ¿Un padre que no la recogiese por lo menos algún que otro día en la puerta del colegio? ¿Un padre que no la pudiese ayudar, llegado el momento, con sus deberes? ¿Un padre que llegaría a casa y no tendría tiempo para más que para darle un beso de buenas noches? Me ha costado mucho, pero tengo muy claro lo que quiero para mi vida. Y para la de mi familia. Y desde luego, no es eso. Así que no me quedó más remedio que rechazar las nuevas e inamovibles condiciones que me proponían.
La semana pasada los sucesos se aceleraron y, aprovechando que el viernes estaba en Valencia para disfrutar del finde con mi familia y amigos, firmé una carta de despido con sabor a regalo de cumpleaños envenenado. No entraré aquí a valorar cómo se han portado conmigo en estos últimos días. Sólo diré que hoy soy un español más en la cola del paro. Y diré también que, al contrario de lo que se podría imaginar, no siento miedo ni nervios por la situación en la que nos hemos quedado. Todo lo contrario. Me siento orgulloso por haber sido fieles a nuestros principios en lo que a conciliación se refiere (con lo difícil que es serlo en estos días que nos toca vivir) y creo que esto no deja de ser una oportunidad que nos brinda el destino para encontrar nuevos empleos y experiencias o, en su defecto, para emprender y tomar las riendas de nuestras vidas.
Como siempre decimos la mamá jefa y yo, juntos somos invencibles. Así que vamos a por el siguiente reto: ¡Encontrar un nuevo piso! Os iré informando
PD: Disculpen las molestias, pero hoy necesitaba escribir un post de desahogo personal