Si leemos la noticia, la maestra condenada a un año y tres meses de prisión (y por supuesto con la inhabilitación especial para ejercer su trabajo en cualquier centro público o privado del país), expresó que estaba aplicando un método pedagógico llamado “tiempo fuera”. Yo no soy partidaria de que los maestros sigan esta técnica en las aulas (si es que todavía hay alguien que la utilice), pero en todo caso “el tiempo fuera” no es ni mucho menos en un cubo de basura.
Os mentiría si la noticia no ha hecho que me lleve las manos a la cabeza de pura impotencia (y menos mal que esta vez el juez sí que ha actuado justa y adecuadamente). Que quede claro una cosa: no estoy tratando de generalizar. Estoy hablando de esos señores y señoras (porque no me da la gana utilizar las palabra profesor ni maestros con ellos) que están trabajando en los centros educativos sin querer, sin sentir emoción ni ilusión. Lo único que hacen estas personas es amargar la vida a los estudiantes, que no tienen culpa.
Me parece bochornoso que se estudie una carrera como es Magisterio sin una vocación auténtica y como un comodín para intentar tener un sueldo fijo a final de mes y un trabajo estable. ¡Como si la enseñanza hoy en día fuese un empleo estable y bien remunerado! Pero todavía me parece peor cometer en las aulas actos que pueden dañar (tanto física, psicológica y emocionalmente) a los estudiantes: abuso de poder, malas palabras hacia los estudiantes, el uso de etiquetas, humillaciones y por supuesto cualquier tipo de agresión.
Lo que ha hecho esta mujer (porque no es una maestra ni una profesora ni una profesional de la educación) no es una técnica pedagógica si no un delito. Al meter a un niño de tres años en un cubo de basura creo que ha cubierto todos los actos condenados de los que hablaba antes. La enseñanza es una profesión vocacional, humana, comprometida y sensible. ¿Por qué hay personas que se dedican a ellos sin disfrutar de lo que están haciendo? Nadie obliga a nadie a ser profesor, eso está claro.
Con la docencia (me es indiferente la etapa) no vale decir eso de: “bueno, es que quizás todavía no haya encontrado la vocación en esto”. Para averiguar si de verdad sientes pasión por enseñar y por el mundo educativo están las prácticas que toda carrera o ciclo formativo tiene. En ese momento, se ve si uno quiere dedicarse a la profesión o no. Tengo amigas que al acabar la teoría del grado superior de educación infantil con estupendas notas, tuvieron que dejar a medias las prácticas porque no era lo que ellas creían. Lo dejaron y buscaron otra cosa, pero no siguieron haciendo algo que no les gustaba.
¿Qué sentido tiene dedicarse a algo por lo que no te emocionas ni te ilusionas? Para mí sería increíblemente complicado. Y tampoco sería capaz de estar en un trabajo únicamente por el sueldo, por las vacaciones y por los puentes. Vamos, me sentiría totalmente desgraciada y vacía. Estoy segura de que muchos alumnos tienen como modelo a seguir a algún profesor de su centro educativo. ¿Qué ejemplo estarían dando estos señores y señoras que se esfuerzan mínimamente en las aulas y que no hacen nada por inspirar a los estudiantes? ¿Qué ejemplo están dando si meten a un niño de tres años en un cubo de basura? (Cuando pienso en esa escena me entran verdaderos escalofríos).
Por favor, si no te gusta ser profesor, si no te gusta ser maestra de infantil, déjalo. Dedícate otra cosa. Vete del centro educativo y termina con tu amargura y con la de tus alumnos, porque prácticamente les estás enseñando eso: amargura. Deja las aulas para maestros con vocación, maestros auténticos que adoren y respeten su profesión. Maestros que se impliquen y que se involucren. Maestros que quieran dar lo mejor de sí mismos en cada día. Bastantes de estos maestros, desafortunadamente, están en el paro o deambulando de un colegio a otro en busca de una buena oportunidad. Por eso, si me estás leyendo, deja tu empleo para que otro profesional muchísimo mejor que tú, pueda hacer las cosas bien.
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