Todo esfuerzo tiene su recompensa



Todo esfuerzo tiene su recompensa. Esa fue la lección que me dio mi abuelo, un gran hombre y trabajador incansable, hace más de 30 años y desde entonces ha sido como un mantra para mi. En aquel entonces, a mi hermana y a mi (mimadas y consentidas como nadie en el mundo)  se nos antojaron unas orejeras para el frío. No eran unas cualquiera, eran unas en particular que vimos al salir de comer con mis abuelos en VIPS, cuando todos los restaurantes tenían tienda. Pensábamos que lo tendríamos fácil, poniendo carita al abuelo, como tantas y tanta veces hicimos para conseguir todo lo que queríamos. Pero esa vez fue diferente. No sé si una de las caras de mi madre de “ya está bien” apuntando de manera desafiante hacia mis abuelos tuvo algo que ver (mirada que. por cierto, he heredado) el caso es que la respuesta del abuelo fue “no”. Pero no fue un “no” rotundo. Fue una negativa condicional: ganároslas.

Hicimos un trato con el abuelo. Él nos las compraba, pero a modo de préstamo. Tendríamos que ahorrar, “trabajar” en casa para conseguir un jornal, por llamarlo de alguna manera, y devolverle el dinero. Así seríamos nosotras mismas las que conseguiríamos las preciadas orejeras.  Fue mano de santo, abrimos nuestras huchas, ayudamos en casa, fuimos con el abuelo a su oficina (el negocio era suyo) a lo que nosotras considerábamos ayudar (qué tormento dábamos) y llegó el día en que pudimos devolver aquel préstamo.  Claro está que el abuelo no aceptó el dinero. Y ese fue uno de los grandes regalos que él nos hizo (y os puedo asegurar que no fueron pocos) Y no hablo de las orejeras, fue la lección de que todo esfuerzo tiene una recompensa.

Ahora le toca aprender la lección a la Princesa. Desde hace alguno meses quiere un hermanito, cosa harta difícil, o en su defecto una mascota.  Partiendo de la base que yo soy alérgica a los perros, gatos y conejos, nos quedaría la opción de tortuga, pez o hámster. Siendo prácticos, los dos primeros son engorrosos y anodinos (desde mi punto de vista). Así que solo queda el hámster.  Pese a que de pequeña tuve dos, ahora ilusión, lo que se dice ilusión, no me hace y al Santo menos. Pero oye, si yo los tuve ¿por qué privar a la Princesa de ello? Entonces me he acordado de mi abuelo y la he retado: gánate el hásmter.

Como no se trata de dinero sino de actitud y responsabilidad hemos creado los “puntos hamsterianos”, que no son otra cosa que puntos que tiene que ganar para conseguir la mascota. En su día a día, en sus tareas cotidianas nos tiene que demostrar que ya es capaz de cuidar a un ser vivo. Eso conlleva tener su habitación arreglada, no tener que repetir 100 veces eso de “lávate los dientes antes de irte a la cama”, cuidar de sus cosas, ser ordenada… Porque tener una mascota es un acto de responsabilidad que deben asumir todos y cada uno de los miembros de la familia, niños incluidos.

Así que en eso estamos. Cuando llegue a los 50 puntos “hamsterianos”, tendremos hámster en casa. De ella depende de ganar más y perder menos para conseguir cuanto antes su preciada mascota. Y entonces comprobará por si misma que todo esfuerzo tiene su recompensa.

¡¡FELIZ JUEVES!! 

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