Mucho se habla de inteligencia emocional. Daniel Goleman al iniciar sus estudios seguro no sabía la fama que adquirirían estas dos palabras a lo largo del tiempo.
Como dice la famosa frase “Del dicho al hecho hay mucho trecho”. Así es. Ser inteligente emocionalmente significa que sabes escoger con mucho cuidado las reacciones y respuestas en cada situación que se te presenta.
Dicen que para tener hijos nunca se está preparado, ni económica ni emocionalmente. Con los hijos, todos los días hay que ser selectivo en las emociones que manifiestas, pues estos son réplicas puras de nuestras acciones.
Me he topado por accidente y me doy un golpe duro cuando reacciono mal ante mi hija de 5 años, y luego ella más adelante se encarga de repetir mi patrón con su hermano. Por ejemplo, yo grito en ocasiones (Sí! Para su sorpresa, querid@ lector, los Coaches no somos perfectos, entérese!) y mi hija Montserrat cuando su hermano menor de 2 años hace algo mal, la muy actriz repite el guión como si se lo hubiera aprendido para una obra teatral y dice: “Sebastián Elías!!! ¿Pero por qué tienes que romperlo todo?!!!!!! Te he dicho…..” y por ahí se va repitiendo a Mami Delia tal cual artista de Hollywood. Ahí me da casi el paro cardíaco, pues mi explosión anterior surte su efecto en mis hijos y así les estoy enseñando (erróneo aprendizaje lamentablemente), y transmitiendo el gran mensaje de que lo ideal es explotar en momentos de tensión.
He escrito anteriormente que debemos enseñarles a manejar las emociones, sí, es lo ideal, sin embargo, ¿estamos nosotros manejando las emociones inteligentemente? No me refiero al manejo en general, a gran escala, algo así como guardar siempre la compostura en el trabajo, en la iglesia, etcétera, sino a esos pequeños momentos del tráfico, de un incidente menor, de un mal servicio al cliente en la farmacia, supermercado, etc. Vamos, no tenemos que hacer una maestría en manejo de emociones, somos humanos y tenemos derecho a sentir y diferir de las opiniones de los demás, pero ¿qué ganamos con explotar e incomodarnos y además de eso, sostener la queja permanente contándole a todo el mundo por qué estamos tan molestos?
Dice una frase que cada minuto enfadados son 60 segundos de vida que perdemos. Eduquemos nuestras emociones de modo que ellas estén a nuestro servicio y no a la inversa.
Hasta la próxima.