Podría pensarse que de esta forma el niño se vuelve dependiente de la rutina y que ésta representa un límite para su autonomía. Pero en realidad, las rutinas se convierten en puntos de referencia claros y fijos, permitiendo que el niño aprenda a moverse de forma cada vez más independiente.
Los niños aprenden a utilizar el esquema del día que ha aprendido con los padres en el hogar y, con el tiempo, comienzan a aplicarlo a diferentes contextos, adaptándolo a las características de cada ambiente. Por lo tanto, no representa una estrategia limitante, por el contrario ofrece los instrumentos que permitirán al niño adaptarse de forma eficaz a todos los ambientes.
El hogar se ha considerado desde siempre un refugio, un espacio donde transcurrir la mayor parte de nuestra vida y donde liberar nuestro estrés y personalidad. La casa ideal para nuestros hijos debe ser acogedora, aportar sensación de bienestar y ser segura. Los niños deben sentir que su hogar es un lugar protegido y estable. Es importante también disponer de un espacio al aire libre, como un jardín o un patio, ya que el contacto con la naturaleza es fundamental para que nuestros hijos puedan explorar el mundo y aprender lo que hay afuera de nuestras casas. De esa manera los niños podrán jugar de forma segura y libre y, al mismo tiempo, los padres podrán relajarse saboreando una cena o aperitivo en un lugar acogedor y elegante, decorado con mesas exteriores y cómodos asientos, ya que especialmente en los meses cálidos los jardines sustituyen nuestros salones.
Por otro lado, el niño necesita vivir diariamente situaciones comunicativas que sean estimulantes, gratificantes y sobre todo claras. Esto fomentará un desarrollo sano y equilibrado, a la vez que aumentará la confianza entre padres e hijos.
Siempre que nos sea posible debemos responder a sus preguntas con naturalidad, utilizando un lenguaje adecuado a su edad. Debemos ser claros y concisos y asegurarnos que su duda haya sido resuelta. De este modo, el niño se sentirá apreciado y acudirá a sus padres para resolver sus problemas o dudas.
Además, un ambiente sereno es fundamental para el crecimiento y para el bienestar psicofísico de niños y padres. En una atmósfera afectuosa y comprensiva, el niño se siente seguro incluso cuando comete errores. Sabe que puede fiarse de sus padres y de este modo se vuelve más seguro de sí mismo y está más motivado.
Para conseguir la serenidad familiar, es importante que los padres aprendan a reconocer y legitimar las emociones de sus hijos, enseñándoles a redimensionarlas y expresarlas de forma correcta.
Amor, comunicación, solidez de los vínculos: estos son los ingredientes para conseguir la serenidad en la familia. No es un trabajo fácil, pero si el objetivo es el de crecer juntos y de la mejor forma posible, se trata del camino correcto.