Cuando era niña y peleaba con alguna amiga o amigo no solía ir corriendo a acusarle a mi mamá, y no necesariamente porque no quisiera, sino porque cuando iba a contarle a mi mamá sobre mis peleas para que intervenga, ella solía decir algo así como: “las discusiones de niños, son cosas de niños”. Me daba recomendaciones y pautas y con eso yo misma me tenía que bandear. Las más de las veces las pequeñas peleas que tenía se solucionaban en cuestión de horas y las que no, pues el tiempo se encargaba de solucionarlas.
Sin embargo, en la actualidad parece que la cosa es distinta. Los papás y las mamás (sobre todo las neuro-mamás) andamos tan metidas y pendientes de la vida social de nuestros hijos que no sólo nos hemos impuesto el trabajo de “party planners” de su vida social (organizando “citas de juego”, salidas y eventos); sino también, en nuestro afán por hacerles la vida de lo más fácil y feliz, intervenimos en cada pequeña discusión o roce que tienen con los amigos/as. Algunas, llegando a al extremo de involucrarse o involucrar a las otras madres de familia.
No está nada mal si orientamos y guiamos a nuestras hijas cuando acuden a nosotras con un problema, dificultad o tristeza ocasionado por alguna pelea o discusión con amigas. El problema está cuando abiertamente intervenimos, ya sea para “conversar” nosotras con la niña con la que nuestra hija tuvo el problema (no, no, no por favor. No se “conversa” con las niñas) o con su mamá (bueeeeno), o peor aún, tomamos cartas en el asunto (y nuestra edad mental retrocede espantosamente) y empezamos con las llamaditas a nuestras mamigas para rajar de la niña (sí, terrible que rajar y niña, o niño para tal caso, vayan en la misma línea) o, en el colmo de la maldad, confabulamos para que nuestra pequeña realice algunos actos de crueldad como, invitar a todas las niñas del salón a casa y no cursarle invitación a la susodicha, que le aplique la ley del hielo o tantas otras que todas conocemos.
Triste pero cierto. Y lamentablemente, mucho más común de lo que debería. Inclusive en niñas pequeñas que están en kínder, primero de primaria o similar.
El intervensionismo materno, como me gusta llamarlo, genera dos grandes consecuencias. Ambas nefastas. Por un lado, dejamos a nuestros hijos sin recursos para que solucionen sus problemas solos. Les enseñamos cero sobre resolución de conflictos, negociación y empoderamiento; cualidades muy importantes y necesarias en el mundo de hoy. De otro lado, una discusión o pelea de niñas que debió quedarse a nivel de niñas sin mayores consecuencias, termina convirtiéndose en un enfrentamiento entre adultos con todas las consecuencias que esto trae.
Por supuesto, no digo que ignoremos el dolor y sufrimiento de nuestros hijos cuando se pelean o discuten con un amiguito o amiguita, para nada. Debemos contenerlos, apoyarlos y orientarlos. Pero, deben ser ellos mismos quienes resuelvan sus conflictos. Tampoco digo que jamás debemos intervenir. Para nada, van a haber ocasiones en las que vamos a tener que intervenir. Pero, siempre debemos hacerlo desde nuestra posición de madres con mucha prudencia, respeto y amor hacia la personita en formación con la que nuestra hija tiene el problema y con mucho tacto y empatía si llamamos a la mamá de esta niña o niño.
Mi conclusión de neuro es que hagamos como la generación de nuestras madres y sólo intervengamos cuando es total y absolutamente necesario. Pues, sin querer queriendo, podemos hacer de una pelea de niños una cosa de grandes y eso, sí es algo muy difícil de solucionar.